Qué intensa puede tornarse la vida que vivimos. A propósito de la teoría de la relatividad, Albert Einstein dijo en una ocasión que "cuando cortejas a una bella muchacha, una hora parece un segundo; pero si te sientas sobre carbón al rojo vivo, un segundo parecerá una hora. Eso es la relatividad".
Cuando nació Lucas, estábamos agotados y excitados. Llevábamos días sin descansar bien, sobretodo debido al sofocante calor que estábamos padeciendo. Este verano ya íbamos por la tercera ola de calor de la temporada, algo inusual desde hacía años. La espera hasta entrar en la sala de partos se nos hizo eterna, deseábamos que empezase cuanto antes todo el proceso. Estábamos impacientes de conocer a nuestro hijo, verle la carita y poderle tocar con nuestros dedos.
Al fin llegó el momento y exprimimos cada minuto de esa noche a contemplarlo, calmarlo, alimentarlo, calentarlo, abrazarlo y mimarlo. También a asimilar lo que estábamos viviendo. Aquello era nuestro, de nadie más. Lo habíamos creado nosotros y era parte de cada uno de nosotros dos. Desde ese momento todo cuanto viviéramos, lo compartiríamos con él; del mismo modo que, todo lo que él aprendiera, lo disfrutaríamos nosotros.
Los primeros días en el hospital no parecían pasar. Las manecillas del reloj discurrían lentamente. Dejo de existir de un plumazo la noche y el día. Todos los minutos del día se dedicaban a él. Todo giraba en torno a Lucas. Sólo éramos conscientes de la llegada de la noche cuando nos quedábamos solos los tres en la frágil tranquilidad de la misma. Fueron momentos de aprendizaje continuo, de saber interpretar los llantos del bebé y lo que parecía necesitar en cada momento.
Un bebé solo duerme y se alimenta, pero algo que parece tan sencillo, no lo es en absoluto. Alimentarlo puede volverse una odisea si no se es paciente. Es estresante cuando no consigue engancharse a la teta para mamar o cuando después de haber estado una eternidad alimentándose, vuelve a llorar porque se ha quedado con hambre. Dormir también tiene su particularidad, pues un bebé solo sabe llorar para expresar hambre, incomodidad, frío, miedo, rabia, tristeza, sueño, dolor... Aprender a interpretarlo es cuestión de observación, un constante prueba y error, empatizar con la criatura y, sobretodo, armarse de paciencia.
Paciencia. A veces es muy difícil tenerla, mantener la calma y no coger una rabieta. Las noches pueden ser duras. Intento canalizarla de la mejor forma posible, pero en ocasiones me puede más la desesperación de no saber porqué llora, brama o grita. El escritor británico, Walter Scott tuvo la siguiente reflexión: "el que sube una escalera debe empezar por el primer peldaño". Ahí es donde nos encontramos ahora su mamá y su papá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario