Se suele decir que el ser humano es impredecible, pero no lo es tanto. Está capacitado para hacer algo de bien y bastante de mal. Somos parte de la evolución, tal como nos enseñó Darwin. Procedemos de una familia de simios que aprendió a erguirse y caminar sobre dos piernas, aprendió a utilizar herramientas para su propio beneficio y el de su comunidad y obtuvo la capacidad de imaginar, crear, hablar, construir el mundo a su antojo y, es posible, que tenga la oportunidad de acabar también con él.
En esa evolución de animal a ser humano, no solo perdió el pelo y la cola. También perdió el instinto natural de sobrevivir. Claro está, lo perdió parcialmente, pues de haber sido por completo los bebés no sabrían, por ejemplo, succionar para alimentarse. Somos capaces de hacer cosas inimaginables para muchos de nuestros semejantes y, sin embargo, dependemos totalmente de nuestros papás -especialmente de la madre- para sobrevivir.
Un bebé no es capaz de buscar y encontrar la fuente de su alimento, a diferencia de los animales mamíferos que por sí solos encuentran el pezón de su madre para comenzar a mamar. No caminan ni se mueven ni retienen el calor por sí solos. Dependen absolutamente de todo para sobrevivir. Aprenden rápido, eso sí.
Una nueva vida se cuenta por horas de existencia. Las más críticas, absorbentes e intensas. Más tarde el tiempo se cuenta por días. Lucas en estos momentos tiene diez días de vida, a pocas horas de cumplir once. Posteriormente, cuándo nos pregunten cuánto tiempo tiene, contestaremos que dos semanas; pasaremos a meses y durante la mayor parte de su vida, celebraremos cada vez que cumpla un año de vida. Festejaremos, con la compañía que busquemos en cada etapa de nuestra vida, los años que ya ha vivido y desearemos al soplar las velas que nos queden muchos más por delante para disfrutar.
Horas. Días. Semanas. Meses. Años... Después sólo nos quedarán instantes. Recuerdos de los momentos vividos. Imágenes en movimiento que se quedaron en nuestra memoria impregnando nuestra vida y formando nuestra personalidad.
La vida es cíclica, siempre. Cuando somos mayores, dejamos de tener ilusión en vivir o, si más no, en cumplir años. Vemos el futuro más cercano. Pensamos en estar sanos para poder asistir a una boda de tu nieta dentro de dos meses, en ir al endocrino la semana que viene, en que nos venga a visitar nuestros hijos el próximo fin de semana, en que el dolor de pecho se me pase en unas horas, en sentir el cálido beso de amor en el último suspiro de nuestra vida. Después, solo quedarán instantes.
Vivamos intensamente. Disfrutemos la vida con las personas que queremos. Llenemos nuestra vida de infinitos instantes, para que cuando desaparezcamos de este mundo y sólo queden de nosotros esos instantes, sean tantos que puedan llenar la vida de nuestros hijos.
Si fuera creyente, acabaría este improvisado sermón con un Amén, pero prefiero concluirlo con un Carpe Diem.
No hay comentarios:
Publicar un comentario