
Respiraba con dificultad. Su cuerpo avanzaba pesado a través de la niebla. Sus pies apenas se elevaban del suelo. Sus ojos comenzaban a acostumbrarse a la tenua luz del camino. No recordaba como había llegado allí ni hacia dónde se dirigía. Le escocian los ojos de forzar la vista intentando reconocer alguna cosa a su alrededor que le reconfortara. Se encontraba perdido. No distinguía gran cosa, pero un presentimiento le apremiaba a continuar hacia adelante. No recordaba cuánto tiempo llevaba en ese estado.
Unos pasos más adelante encontró un cigarrillo a medio apagar, que se consumía pesadamente entre la gélida niebla. No sentía frío aunque debería tenerlo, pues iba descalzo y apenas notaba la ropa sobre su cuerpo. La espalda estaba al desnudo. Lo veía todo borroso. Se esforzó en continuar avanzando. A una distancia, que a él le pareció de varios kilómetros, distinguió un objeto en el suelo. Se apresuró a recogerlo. Era una zapatilla juvenil de color azul y blanco. Tenía la suela desgastada por un borde, los cordones raídos y el talón desgarrado. En su interior se apreciaban algunas manchas oscuras, parecían moradas, pero era mucho aventurar pues la luz podía engañar al castigado ojo. Prosiguió con cierta ansiedad. En la rama de lo que parecía un pequeño árbol situado en el borde del camino colgaba ridículamente unas gafas de sol oscuras, balanceándose imperceptiblemente apoyadas en una patilla. Un cristal había desaparecido. El otro estaba completamente rajado. En la base del árbol se apilaba un montón de chatarra, entre la que consiguió vislumbrar una placa con ciertos números. Era una matrícula de algún vehículo que por alguna razón le resultaba familiar.

A medida que forzaba la vista para distinguir el conjunto, la neblina parecía disiparse, pero él seguía viendo con dificultad. Acercó los dedos para frotarse lentamente los ojos, pero uno de ellos había desaparecido. Esa era la razón de su parcial ceguera. Miró sus brazos por vez primera en mucho tiempo. Estaban inflamados y cubiertos de barro y sangre coagulada. Los recuerdos volvieron como flashes de luz a su cerebro. Conducía de regreso a casa después de un largo día de caza. Volvía con cierto desánimo, pues no había conseguido ni una sola presa. Estaba oscuro y la calzada estaba resbaladiza por la humedad de la niebla. Tras una curva perdió el control de su Land Rover, la rueda delantera izquierda golpeó contra algo y el vehículo salió disparado en dirección contraria, acabando empotrado contra un árbol. Había salido despedido del vehículo y perdido el conocimiento por un tiempo indeterminado. Miró la zapatilla que aún conservaba entre sus manos. Se esforzó en recordar algo más pero su cerebro parecía haber perdido esa parte de su vida.

Amanecía. Y fue entonces, con los primeros rayos del día, cuando lo vio. Entre los amasijos de su automóvil y el dañado árbol se percibían los restos de un pequeño ciclomotor. Siete metros más adelante, yacía el cuerpo inerte de un chico adolescente que había perdido un brazo y tenía desgarros por toda su cara. Le faltaba una zapatilla. Sintió que se le quebraba el alma y que volvía a perder la noción del tiempo. Había estado cazando en compañía de ese adolescente de piel morena y de complexión enfermiza. Tenía 15 años y se llamaba Guillermo. Le habían regalado un pequeño ciclomotor eléctrico para su cumpleaños dos días antes. Lo tomó entre sus brazos y empezó a llorar y a convulsionarse. Quería gritar pero no lograba emitir ningún ruido. Llamaba a su hijo desesperadamente con el rostro desencajado. Cerró el ojo que conservaba con tanta fuerza que le dolía la cara.
Despertó entre las sombras de dos grandes sauces, con la escopeta entre las manos. Eran las primeras horas de la tarde. Buscó con angustía a su hijo, que daba vueltas en un pequeño claro del bosque cercano a su posición con el flamante y nuevo ciclomotor. Veía con claridad y se llevó las manos a su rostro y comprobó que conservaba intacta su cara. Por suerte, se había quedado dormido. Todo había sido una pesadilla. Comenzó a llorar entre la angustía y la alegría. Apenas pudo oir el sonido de algo que se quebraba a unos metros de distancia. Unos segundos después Guillermo comenzó a gritar...
Me gusta tu relato. Parece que hayas plasmado en el una pesadilla...
ResponderEliminarR.