La pasada noche tuve un sueño. Ha pasado más de una semana, pero lo guardo en mi mente, con imágenes, de una forma muy clara. Es extraño que eso pase, ya que suelo olvidarlos tan rápido como se desvanecen.
Estamos en el salón-comedor de la yaya. Nos encontramos allí, conversando, Manel, la mama, la yaya, la tita Montse y Bartolo. En un momento determinado el tito Bartolo se dispone a marcharse porque tiene algo de prisa. Se levanta y cruza la puerta del salón para marcharse. La casa está a oscuras a excepción de la sala donde nos encontramos. Unos segundos después, alguien entra al salón por esa misma puerta. En un principio pensé, por el escaso tiempo que había pasado, que el tito Bartolo había olvidado algo y regresaba por ello. Pero el que acababa de entrar era el abuelo. Nos miramos y grité '¡abuelo! ¡abuelo!'. En ese momento sólo existiamos él y yo. Daba la sensación de que el resto de los presentes no podian verlo y me miraban extrañados, murmurando entre ellos por la reacción que estaba teniendo yo.
El abuelo cruzó el salón en dirección a la tele y se detuvo frente al armario donde guardaba sus medicamentos, a la izquierda del televisor. Le dije lo que quería haberle dicho hace días: '¡abuelo! ¿sabes que me caso?'. Él se giró, me miró y se sonrió. Después de eso, la figura del abuelo pareció desaparecer y allí donde hacía unos instantes él me estaba mirando, ya no estaba. En su lugar había un globo enorme de color azul flotando en el aire con un pequeño cordel. Me levanté del sofá y lo intenté agarrar. Creo que lo rocé en dos ocasiones, mientras el globo se acercaba a la puerta del salón. No sé si yo acompañé al globo hasta allí o yo andaba tras él. Los demás no veían nada de lo que yo estaba viendo. Finalmente el globo azul traspasó la puerta por donde unos minutos antes había aparecido el abuelo. No estoy seguro pero creo que justo antes de desvanecerse, todos los presente vieron fugazmente el globo.
Fue entonces cuando desperté y, en ese estado extraño entre la realidad y lo onírico, sentí alegría por haberle visto y haberle dicho lo que quería decirle. Alegría por sentir su consentimiento. Y después, sentí pena y vacío, porque de nuevo se había marchado. Quise llorar y me quedé dormido.
El abuelo me ha dado muchos consejos y siempre le comentaba los cambios que iban apareciendo en mi vida y él me decía lo que pensaba. Siempre me decía: 'Acuérdate de lo que te dice siempre tu abuelo, que...' Siento que me ha quedado esa espina clavada en mi interior, de no decirle lo de la boda. Ese fue uno de sus últimos consejos que me dio, en esos días en que él todo lo veía como un final y quería despedirse de todos. El abuelo me dijo que sería feliz si viviamos juntos. Era su forma de decirlo, pues ya viviamos juntos para entonces.
A veces me preguntan, ¿por qué ahora? ¿por qué no lo hice cuando el abuelo vivía? Quizás por eso lo hago ahora: porque quiero y porque sé que allá donde esté, le habría gustado. Quizá me faltó la valentía para hacerlo. Esa valentía llegó a mí a los pocos días de marcharse él, pero siempre sentiré que ese día me faltará él.
Al recordar este sueño, es como si al fin se lo haya podido contar y eso en parte me reconforta.