Con motivo de la exposición que mi suegro tiene en Zaragoza, me sugirió que escribiese unos relatos cortos inspirados en los personajes de sus pinturas, que fueron recogidos en un tríptico elaborado por Berta y que están a disposición de cualquier asistente a la sala.
Estos son los cuentos que escribí. Los cuadros son de Antonio de la Iglesia.
1. LLUEVE SOBRE MOJADO
Notaba el tímido impacto de las gotas en su cara. La temperatura había descendido apenas unos grados, a pesar de que el sol estaba desapareciendo en la lejanía. Las lágrimas afloraban a sus ojos y resbalaban camufladas por la lluvia a través de los surcos de su castigado rostro. Contemplaba el pesaroso movimiento de sus pies arrastrándose por el terroso sendero del jardín. Sus labios dibujaban una extraña mueca y jadeaba arrítmicamente, mientras apretaba los puños con más fuerza de la esperada en una mujer de tan frágil apariencia. En tardes húmedas y sombrías como aquella no podía evitar pensar en su marido. Le recordaba las sufridas palizas recibidas, cómo escapaba corriendo de su hogar y sólo la lluvia pretendía ocultar las heridas de su cuerpo. El odio que sentía la mantenía viva, y la muerte de su marido le proporcionaba el alivio anhelado durante tantos años.
2. CUANDO SÓLO NOS QUEDA VIVIR
Noventa y dos años. La vida ha sido buena conmigo. Un marido que me quiso más de lo que yo le hubiera podido querer, si alguna vez lo hubiera intentado. Un hijo arquitecto que vive en Rio de Janeiro, donde se está forjando lo que seguro será una efímera carrera. Una hija enfermera que pasa el día exprimiendo las secas venas de las arpías compañeras de esta residencia. Hoy es mi cumpleaños y han venido a verme acompañados de mis nietos. Esos niños consentidos, caprichosos y llorones. Me llenan la cara de babas mientras me observan en silencio con ojos tristes y deseando marcharse porque sus padres les han prometido un helado si se portan bien. Me ponen la cabeza loca con historias que me importan más bien poco mientras les sonrío y asiento esporádicamente. Menos mal que no les oigo. Me he quedado sin pilas en el audífono y no pienso decírselo a nadie.
3. TARDE DE TOROS
La camisa estaba empapada de sudor. Hacía mucho calor y le escocían los ojos por el reflejo del sol en la arena de la plaza. El toro aguantaba con bravura el estrés que le producían las sangrientas heridas en el lomo, causadas por los banderilleros. Se disponía a terminar la faena. En esos momentos sólo existían ella y el toro. El resto era silencio. Pero aquella tarde todo era distinto. Le había costado mucho desenvolverse en ese mundo machista del toreo. Apenas habían pasado cinco años desde que debutara en Las Ventas de Madrid. Disfrutaba con su trabajo más que cualquier hombre. Luchó contra todos durante años y ahora ocultaba un secreto inconfesable. Sabía que sería su última corrida. Miraba fijamente a los ojos del animal e instintivamente pasó una mano por su vientre para calmar a su hijo, al que sentía agitarse inquieto en su interior. El toro movía la cabeza poseído por la rabia. La torera ocultaba el estoque con la muleta. Respiró con fuerza y alzó la alargada espada por encima de su cabeza y realizó un elegante movimiento de muñeca con la otra mano. El toro respondió al movimiento de la muleta acercándose a ella arrastrando prácticamente el morro en la arena. El estoque penetró sin esfuerzo en el cuerpo del animal, al mismo tiempo que sintió una violenta cornada en su vientre. El toro se desplomó sin vida. Ella cayó de rodillas con las manos ensangrentadas mientras su vientre se vaciaba sobre la fina arena de la plaza.
4. ENTONCES, ROMPIÓ A NEVAR
Mis abuelos vivían en la calle del Cementerio, así llamada porque se trataba de una cuesta inmensa que empezaba nada más entrar en el pueblo y finalizaba a las mismas puertas del campo santo. Mi casa estaba en el callejón de las Nieves, una de las bifurcaciones de la anterior.
Nací el día de Santiago, durante las fiestas patronales. Me iban a llamar como a él. Pero acabé llamándome Lucas, como mi progenitor.
Tras comprobar que todo había ido bien y que yo era un niño sano y gordo, mi padre fue a la cantina de mis abuelos a celebrarlo con sus amigos, como hacían los hombres de aquellos tiempos. Interrumpiendo risas, abrazos y brindis, entró un desconocido vestido de guardia civil y, aturdido por su propia borrachera, le disparó dos tiros en la cabeza. Aquella tarde, en el corazón del mes de julio, rompió a nevar.
5. ANDRÉS LE LLAMABAN
No conocí a mi padre. Me criaron mis abuelos aunque fui un niño difícil. No tenía amigos en el colegio, pues los niños se burlaban de mí por no tener un padre como ellos. Mamá se pasaba por casa de vez en cuando. En ocasiones sola, y otras veces acompañada de algún nuevo novio. Siempre era cariñosa conmigo pero apenas pasaba tiempo con ella. Cuando fui más mayor, me contaron que mi padre nos abandonó cuando tenía dos meses. La boda con mi madre fue una farsa. Ella estaba embarazada de mí y estaba locamente enamorada. Él sólo sentía pasión por las matemáticas. Su amor eran los números y su vida el producto de esa exitosa operación. Apenas siete meses antes mi madre había recibido una jugosa herencia de su difunta madrina. Una vez que fueron firmados los papeles del matrimonio, no pasó mucho tiempo hasta que mi padre desapareció al mismo tiempo que varios ceros de la cuenta corriente familiar.
6. UN REGALO INSÓLITO
Por fin tenía en mis manos un libro electrónico. Javier, mi nieto, me lo trajo por mi septuagésimo cumpleaños. Insiste en que es una cosa utilísima para tener mis libros al alcance de la mano sin arrastrar tanto peso.
Me hago la ilusionada, como no, pero la verdad es que va a acabar en el cajón cogiendo polvo junto a los demás cachivaches que me ha ido trayendo a lo largo de los años.
No es que no me gusten, no, pero es que quizá el que todos mis libros estén en braille y que mi perro sea un lazarillo debería darle una sutil pista. No me quejo porque es un buen chaval, pero no puedo evitar pensar en lo tonto que es a veces.